Dicen que las palabras no son muy importantes, que no merece la pena discutir por ellas. Pero es debido a ellas por las que vemos el mundo de una u otra manera.
Pedro Sánchez hablaba en su discurso de seres extraños. Es decir, aquellas personas que no conocíamos y ante las que hay que ser cauto por el riesgo al contagio. Mi interpretación de esas palabras fue benigna porque mi visión del mundo lo es. Por más que lo intente, no puedo cruzarme con alguien en la calle y verlo como un ser extraño. No. Puede ser una persona desconocida, pero nunca extraña. Su mascarilla, su edad aparente, sus guantes, su distancia de seguridad en la acera lo acercan más a mí que antes. Ahora comparto con esa persona muchas cosas, visibles e invisibles. Hace unos meses, ese encuentro en la distancia se habría olvidado rápidamente en el trasiego diario. Hoy es inevitable pensar en esas personas que te encuentras en la compra cuando vuelves a casa. Hoy tengo más ganas de mostrar afecto hacia ellas, cuando los medios son más complicados.
Nos han dicho que estamos en una guerra, en lugar de en un reto sanitario; que debemos ser disciplinados, en lugar de solidarios; que somos compatriotas, en lugar de vecinos; que somos extraños, en lugar de desconocidos.
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