Diario de una cuarentena VI

He anulado mis vacaciones. Ahora lo que me apetece es  trabajar. Sin comentarios. ¿Hacía falta vivir una distopía para poder redactar esas dos frases? Sin comentarios de nuevo. Es una pregunta retórica. Pero es que esta semana a medio abierto mi bar de siempre del curro, o quizás tendría que decir a décimo abierto ya que solo ha puesto una pequeña puerta desde la entrada donde se pueden pedir consumiciones para llevar. Yo he pedido café. El lunes, a las nueve. El martes a las ocho y media. Y de miércoles a hoy, a las ocho. Un café, esa pequeña infusión en un vaso de cartón acompañado de un azucarillo y una tira de plástico en lugar de cuchara. Os confieso que por la noche me acostaba pensando en ese momento, por ello he ido madrugando un poquito más cada día. Fue poco a poco, nada premeditado pero me he dado cuenta que tengo un gran poder que es fácil de usar, si quiero. Es muy cercano a la magia, la de verdad, la que hace posible descubrir conejos en chisteras o atravesar paredes sin puertas. Consiste en coger una cosa pequeña, lo más pequeña que se te ocurra, no sé, un acorde, un título  para un relato, un esbozo en un servilleta y convertir esa minúscula cosa en una canción, un estupendo relato o un dibujo que seas incapaz de dejar de mirar. Hacer grande algo pequeño. Como un café que te impulsa a madrugar y comenzar. Pura magia.

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