Hace unos días me acordé de mi amiga Marga. En la radio hablaban de cómo estaban pasando la cuarentena las personas solas en su piso. Marga siempre había sido una persona solitaria. Era de esa clase de personas que se alejan con discreción de la gente pero dejando en los demás la duda de si es voluntario o involuntario. Decidí hacerle una videollamada. Me respondió con una sonrisa espectacular, como nunca se la había visto. “Te veo muy bien, Marga. Me alegro.” Quise interesarme por ella y pensaba que, como siempre, tendría que sacarle unas pocas palabras con esfuerzo. No fue así.
— Me encuentro muy bien, Juana. Casi podría decirte que estoy pasando el mejor momento de mi vida. Vamos, que estoy feliz.
—Vaya, me alegro. — dije bastante sorprendida. — Veo que el aislamiento no te está afectando.
— En absoluto. — sentenció. — Te reconozco que al principio el confinamiento me daba un poco de ansiedad, pero a los pocos días se me pasó.
Miró al infinito unos segundos y prosiguió:
— Me he tirado muchos años huyendo de cosas invsibles. Bueno, ya conoces mis fobias sociales. Siempre había algo que me impedía terminar mis planes con la gente; siempre aparecían miedos al conflicto, dudas sobre las intenciones de esta o aquella persona… Y nunca he encontrado ni la causa ni la solución. Y ahora esto del virus. Está ahí, en las noticias, pero no lo veo. Quizá lo pille, y nunca sabré por qué. Es el colmo. Pero tras unos días inquieta, la rutina me ha llevado a una paz sorprendente. Tener todo el día planificado, con los límites de mi casa inamovibles, sabiendo con absoluta certeza qué podría pasarme, adónde me movía, qué riesgos corría… Me he hecho un calendario semanal que sigo con disciplina militar. Y nunca falla nada: el libro siempre está en su sitio, la olla calienta a los diez minutos, el tostador salta a los treinta segundos, el telediario empieza a las nueve de la noche. Y nada más. Lo que espero, se cumple. ¿Puede haber algo mejor? Por fin el mundo se adapta a mí. Toda la sociedad encerrada, dejando atrás el voluble mundo exterior. Por fin me siento parte de la sociedad, aquí, en la bendita soledad.
- : Roquetas de Mar
- : 40
- : Docente